Rivera, viernes 19 de abril de 2024
El Director como gestor de liderazgo pedagógico:

La importancia de la promoción de prácticas participativas

(Especial para NORTE, por la Mtra. Margarita Chiliz) Emilio Tenti dice que el punto de partida “de cualquier aprendizaje sistemático debería ser el propio mundo del aprendiz-es decir sus intereses, percepciones, lenguajes- para ello la escuela no debería constituirse como en otras épocas en un mundo aparte, para protegerse de una cotidianeidad que se trataba de transformar radicalmente”. Esto dejaba planteado el tema de la distancia cultural que separaba la enseñanza de su público. Mucho se ha hablado sobre la necesidad de contemplar los tiempos y características generales de la sociabilidad local, las características y particularidades de la zona donde se sitúa la escuela, así como las demandas de diferentes sectores. Sin embargo no siempre se logra, aunque ésta sea muchas veces la intención. Sin renunciar a la idea de la necesaria diferencia entre el adentro y el afuera, la misma debe poder instaurarse como una frontera tal, que haga posible la comunicación entre el espacio escolar y el espacio comunitario. Entonces el gran desafío planteado es incorporar lo social-contextual sin diluir lo pedagógico. Y esto muchas veces genera tensiones…
La habilitación de espacios verdaderamente participativos depende, desde nuestra perspectiva, de una orientación permanente hacia el destinatario, hacia el otro, pues “hacemos escuela” en relación con otros, con quienes preferimos interactuar, con quienes creemos posible la comunicación, con nuestros compañeros, con nuestros niños, con nuestras familias, etc. Y esto no fue siempre así y no dejaremos de considerar aquí el enfoque ético de la participación inclusiva, acompañada también de un compromiso ético, basado en la cooperación, la solidaridad y el compañerismo, aunque muchas veces esto parezca una utopía.
En nuestro país, la Ley de Educación 18.437 del año 2008 prevé la creación de espacios de participación dentro de las instituciones educativas uruguayas y en una sociedad democrática en la que las personas son sujetos de derechos y en la que efectivamente la educación es uno de los derechos fundamentales, es de esperarse que la educación ponga al educando como centro del quehacer educativo, protagonista de los procesos de construcción del conocimiento en diálogo con la realidad misma y ello implique una participación activa del estudiante desde sus saberes, sus percepciones, sus inquietudes y sus expectativas, en el marco de las instituciones en las cuales estamos trabajando como equipos de dirección.
Anteriormente Materi (1997:45) había señalado la importancia de transformar a la escuela en una “organización inteligente” a través del desarrollo personal de todos sus miembros, de la conformación de un proyecto institucional, y teniendo una visión compartida de la escuela, del trabajo en equipo y de la institución escolar como sistema.
Nuestra escuela como institución educativa debe presentarse como un lugar de encuentro, un ámbito de interacción en el que los diversos actores pueden reflexionar, debatir, realizar consultas y propuestas y como un espacio donde la cultura de la participación es central para un proyecto institucional contextualizado y valioso, aunque en muchas oportunidades nos encontramos con que nuestra realidad, el contexto en el que nos movemos, se presenta con sus dificultades, resistencias, contradicciones y limitaciones porque todo cambio con respecto a las formas tradicionales de “cómo se hacían las cosas”, genera resistencias aún dentro de los colectivos docentes.
Por eso consideramos fundamental en el entramado de relaciones e inter-relaciones del quehacer escolar, “el caminar”, “el andar”, porque como dice Antonio Machado “Caminante no hay camino, se hace camino al andar” y caminamos siguiendo a Paulo Freire, desde una pedagogía participativa y con nuestros estudiantes, y en el entendido de que el estudiante debe expresarse y comprometerse con el mundo que lo rodea y en el que vive, considerando al concepto de educar como ese encuentro entre docente y estudiante, entre estudiante y estudiante que comparten el mismo escenario, y donde el conocimiento se construye en el intercambio.
La participación contribuye al logro de un espíritu de pertenencia hacia la institución y la comunidad y desde el punto de vista pedagógico sabemos que cuando dentro del aula mejora la convivencia, el respeto, la toma de decisiones compartidas y el pensar colectivamente, es la comunidad educativa y su entorno, la que se beneficia con todo esto.
En resumen y sin temor a equivocarnos podemos afirmar que son infinitas las ventajas de un trabajo participativo y colaborativo. Cuando hablamos de trabajo en equipo nos estamos refiriendo a mucho más que el grupo que se desempeña en nuestra escuela, y con el cual podemos haber logrado un clima de armonía y vínculos sólidos. Un efectivo trabajo en equipo implica reconocer la diversidad como una valiosa oportunidad de enriquecer el trabajo multidisciplinario y lograr el compromiso de cada uno de los miembros con los objetivos acordados. Silvina Gvirtz en su libro “Mejorar la Escuela. Acerca de la gestión y la enseñanza” (2011) P.77 dice que “un trabajo participativo también implica construir verdaderos espacios de intercambio, reflexión y análisis con un auténtico sentido de apropiación y pertenencia de los miembros hacia su institución, generando una cultura de responsabilidad frente a los logros esperados”.
En relación a nuestra tarea de director como gestor del liderazgo pedagógico y en referencia a esta actividad específica y compleja de promover prácticas participativas en nuestras instituciones yo diría que como líder positivo debemos ser capaces de comprender la misión de la institución y asumirla como algo significativo, inspirando, motivando y comprometiendo a los integrantes de la escuela en el logro de los objetivos propuestos, luego de identificar aquello en lo que cada miembro de la escuela puede aportar de mejor. Otras tareas importantes son las de coordinar, articular y delegar, escuchando las necesidades de los docentes, padres y alumnos, reconociendo las diferencias y la posibilidad que todos tienen de aprender y pensando la escuela como una unidad y en la que se trabaja en torno a un proyecto educativo compartido.
Estoy convencida de que un director, por sí solo, no construye la escuela, a la escuela la construimos entre todos y es posible, y es un proceso. Aprendemos cada día la tarea y en la tarea, de nuestros éxitos y de los otros que no resultaron ser cómo esperábamos, también aprendemos de ellos, de aquellos que llamamos fracasos y seguimos… porque para generar participación debemos inspirar la necesidad de generar transformaciones, para construir una buena escuela y compartir así una visión de futuro.
Margarita Chiliz M/D Escuela Nº 8 “República Argentina”.

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